¿TE CUENTO UN SECRETO?
¿TE CUENTO UN SECRETO?
¿Te cuento un secreto? Quiero ser como
todas las demás. Pero mi memoria es caprichosa. Ella escuchó y ahora arrastra las
ataduras del tiempo. Escuchó. Escuchó atenta. Escuchó el dolor. Hay momentos
que se deben atrapar en la memoria y no compartirlos con nadie. El dolor es un
Arte. Un camino con valor. Y palabras que no sé si estoy preparada para
afrontar. Los susurros apabullan mis oídos. Y me ha ocurrido más de una vez.
Soy consciente. Y guardo mi silencio. Mi manuscrito está instalado en mi
memoria. Apunto. ¿Seré valiente para darlo a conocer? Hablo con mi espíritu
acongojado y nada me dice. Qué difícil es moldear la vida sin dejar huellas.
Esas escorias irreversibles que no merecen espacios en la ceremonia de mis
versos. Caos y pasión. Cada uno cuenta a gritos su propia verdad. Y al mismo
tiempo tratan de no escabullirse de la realidad. Se conocen. Sus pesadillas son
las mismas. El último sueño que tuve fue tan atribulado que solo encontré paz
en lo absurdo del infierno. Pero todo se desmorona, el límite del destino se
sobrepasa. Sensaciones incrédulas sin precedentes se adelantan en el tiempo.
Más allá del pensamiento, hay un alma que empuja a la mente a navegar hacia
puertos extraños que deberá entender a la inteligencia que se enfoca en
inexistencias. Los cambios llegarán inevitablemente. Hay una filosofía de huellas
frágiles e invulnerables que superan al asombro cotidiano y lo trastocan de tal
forma que todo se desvanece en una retahíla de metáforas. Todo aquello que se
siente como una amenaza, que podría hacernos crueles, nos erosiona la mente y
decide si nos ofrece nuestra libertad o una palabra que aleje a esas tinieblas
guardadas en nuestra alma. ¿Te cuento un secreto? Ya no sé si quiero ser como
todas las demás. Mis circuitos neuronales son almas gemelas. Felicidad y
desdicha van tomadas de la mano. Son viscerales en el fragor de las batallas.
Endurecen mis neuronas en el delirio de las agonías valientes que ejercitan mis
valores. Absorben mis temeridades y las expanden al universo cósmico sin un
bote salvavidas. Solitarias allí quedan. Hasta ese momento no me había dado
cuenta. Suerte que reaccioné. No te decepciones todavía lector. Ese enjambre de
temores es necesario para no arrojarse
al mar, a esas aguas que nos pueden engullir como a la barcaza de Odiseo.
Deberé equilibrar mi destino. La línea roja de mi vida que erosiona mi mente ya
atrapada entre muros sociales que destilan guijarros alterados a medida que nos
acercamos a la verdad. Como decía Pascal, lo que se sabe es por dónde se debía
empezar. Y no esperar nada de nadie. Estos son los síntomas de lo contemporáneo
real. Cómo nuestras invulnerabilidades van afectando a nuestro sistema
corporal. Mutaciones antropológicas verosímiles, atrofiadas de sensibilidad y
quizás hasta del pensamiento abstracto. Encontremos formas de engañar a
nuestras neuronas. No cerremos los ojos y los oídos para seguir viviendo. Tengo
que ver. Tengo que oír. Tienes que ver. Tienes que oír. Solo hablo desde la
otra orilla. Ordenemos este caos para que no continúe oprimiendo a nuestras
neuronas que se encuentran al borde de la fragilidad. Apuesto a mi propia
rebeldía, creativa y dinámica, que aún no tiene una explicación lógica, y ¿por
qué no?, subjetiva e incierta. Quiero ser yo.
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